Santiago del Estero late en el mercado Armonía

El hombre, Pila Navarro, se despierta sobresaltado a la una y media de la mañana, media hora antes de que suene el reloj. Mira la hora y se levanta, va a la cocina del fuego, remueve las brasas que quedaron de anoche, se termina de vestir, se lava y antes de despertar a uno de sus changos, pone agua en el fuego para hacer mate cocido. Después de desayunar, atarán el sulky para ir al Bobadal, son cuatro leguas desde Monte Rico, que harán en dos horas, traqueteando por medio de fincas sojeras. Ya en la villa, dejará el vehículo y a su chango en casa de unos parientes y se encaminará a la parada del colectivo para ir a Santiago. El Jaime Paz sale del Bobadal a las 5 de la mañana. Un rato antes de las 8 estará en Santiago. Tal vez tenga que hacer un trámite en el Registro de Marcas y Señales, o lo habrá citado su abogado para darle noticias de un viejo pleito o vendrá a ver cuánto debe de impuestos de su propiedad. La cuestión es que una hora después estará desocupado. El tirón desde su casa fue largo, no durmió en todo el camino. Ahora el bagre. Rumbea para el mercado. A una cuadra de la plaza Libertad, la principal de la capital de los santiagueños, hay un centro cultural y folklórico natural, el mercado Armonía. Ahí van los santiagueños a comprar sus provisiones de carne de vaca, pescado, pollo, cerdo. Tiene puestos de comida en los que, desde temprano se sirve el desayuno y las más variadas comidas: de sánguches de milanesa a guiso de arroz con menudos de pollo, pasando por ensalada de pata, locro (de invierno y de verano, con menos ingredientes), los lunes sopita de gallina para la compostura, quipi, papas fritas, pizzas, tortilla de papa o de acelga, lo que busque. Pero además venden el exquisito bolanchao —para el que le gusta— una especie de albóndiga de mistol, patay, vino patero, bombos,frutas y verduras de todo tipo, yuyos para el amor, el mal de ojo, los riñones, el corazón, miel pura de abejas, mates, alimento para perros, alpiste y mezcla para los canarios o las catitas australianas, cuerito y patita de chancho para el locro, cabritos, lechones, gallinas vivas, bombillas, posamates, sombreros y gorras, chirimbolos que dicen “Recuerdo de Santiago del Estero”, cuchillos, canastos termeños, en fin. Después de conocer el modernísimo Centro Cultural del Bicentenario, que en todo el país es causa de admiración por lo que esta provincia ha hecho para mostrarse al país y al mundo, los turistas se maravillan ante el mercado Armonía. Porque además, sus puesteros son de todos los barrios de la ciudad y más allá también, en una amalgama de voces castellanas, mezcladas con expresiones quichuas y tomadas de la televisión, que muestran a esta provincia en estado puro. Y en cualquier rincón le puede salir al paso una guaracha santiagueña, la anteúltima creación musical, nacida en Clodomira, la capital de la alfalfa, un pueblo cercano a la capital. La realidad del Pila Navarro, almorzando a las 9 de la mañana, al lado de uno que quizás recién está tomando su desayuno, es la de cientos de campesinos que todos los días se cruzan con los capitalinos y turistas, mezclados y revueltos, buscando sombra o querencia, diría Atahualpa en el corazón de este lugar. Los santiagueños de todas las clases sociales, alguna vez o frecuentemente, concurren a este centro comercial a comprar mercadería o picar algo, dicen que al paso, pero casi siempre es para dar de comer a su colesterol malo (LDL), triglicéridos, grasas monoinsaturadas y diabetes. En el primer piso los turistas hallarán las típicas artesanías para llevar de vuelta a su pago, pero también hay puestos de comida, una radio de frecuencia modulada y un salón en el que alguna vez se abrió una parrillada con músicos y todo y en cualquier momento podría abrir de nuevo. Como si fuera un templo, los santiagueños le dicen la “nave” central del mercado, al pasillo que va de la Tucumán a la Absalón Rojas, pero tiene más entradas por la Pellegrini y por el pasaje Castro y recovecos y escondites que muy pocos conocen. Las calles que lo rodean son las más comerciales de la ciudad y también las más bulliciosas y repletas de colorido. Así como en otras ciudades como Tucumán, hay arterias que tienen nombre, pero no apellido, como la Crisóstomo, aquí es la Absalón, en la que se estableció gran parte de colonia siria y libanesa que llegó a fines del siglo XIX y principios del XX. Al mediodía el Pila Navarro se trepará al coche de la empresa Jaime Paz y, si Dios quiere, a eso de las cuatro de la tarde estará llegando al Bobadal, ahí estará aguaitando su chango, con el sulky preparado para volver al pago. (Todo hay que decirlo. Pocos turistas concurren al mercado Unión de La Banda, ciudad distante a 7 quilómetros de la capital. Este hermano menor del capitalino últimamente luce sucio, abandonado, repleto de perros callejeros y sabandijas de todo tipo. Su prestigio de otrora ha decaído, llegando a las puertas mismas de la mugre, pero en ciertos sectores las traspasa impunemente). Los entendidos sostienen que el mercado Armonía tiene una imponente bóveda de 100 metros de largo por 28 de ancho y 17 de altura, completado con dos naves a ambos lados, dándole 45 metros de frente.Los locales se distribuyen en dos pisos y su apoyo está formado por cámaras frigoríficas, depósitos, baños, montacargas, consultorios de emergencias médicas y sus propias oficinas. También dicen que fue inaugurado en febrero de 1936. Pero sus puesteros, la administración de la cooperativa que lo dirige, los santiagueños de la capital y miles de campesinos como el Pila Navarro, saben que ya estaba en este exacto lugar cuando Juan Núñez de Prado y su mesnada de indios cuzqueños y quichuistas llegóafundar esta Madre de Ciudades, hace 469 años. Y continúa. Desde la Madre de Ciudades, entre la Navidad y el Año Nuevo del 2019. ©Juan Manuel AragónLeer más notas de Juan Manuel Aragón