Al final las estrellas

Por El Diario 24 — 1 de enero de 2010 en Culturas
Al final las estrellas

A eso de las 11 de la mañana, apareció por el boliche de los Aranda, callado, como siempre en los últimos tiempos, pidió una caja de vino. ¿Tinto o blanco?, le preguntaron, dudó un momento y dijo tinto. Le pusieron una mesa debajo del algarrobo y estuvo quieto, tomando sin prisa, hasta el mediodía, ya había tomado dos litros. Pidió más, pero no le quisieron vender porque estaban por cerrar. Le recomendaron que fuera a lo del Turco Hanna, porque abrían el negocio todo el día y se encaminó lerdo y ya medio titubeante, por la calle ancha. Pidió otro vino tinto y a las tres de la tarde, más o menos, lo terminó. A la siesta el Turco, que estaba aburrido, se le quiso acercar para conversar un rato, pero al verlo tan callado, que apenas hablaba, lo dejó sólo.

Llevaba dos vinos más y pidió una cerveza y también le consultaron si la quería rubia o negra. Hizo que le mandaran una negra. Eran como las cinco y ya había pasado el colectivo que venía de la ciudad. Seguía tomando tranquilo, sin molestar a nadie, sin llamar la atención. Cada nada se levantaba a orinar a la orilla del baldío del frente y volvía a su silla y a su mesita. A la oración ya llevaba cuatro cervezas más. Y cuando se encaminaba al baldío, el paso era inseguro, dudoso, como arriando pollos, diría un chistoso. A esa hora el Turco lo consideraba un mueble más del negocio, estaba como desde hacía ocho horas —más quizás— y si se hubiera ido, lo habrían extrañado. A la nochecita, cuando la familia del Turco entró a comer, le mandaron un plato de guiso, pan, cuchillo, tenedor y una servilleta limpia. Pero apenas probó bocado, la desparramó la comida por el plato para que creyeran que había cenado.

Cerca de la medianoche, con mucho trabajo, se levantó y rumbeó hacia su casa. En el camino, tropezó con algo y se cayó redondo al suelo. Decidió que dormiría un rato, acostado, mirando las estrellas, como antes, cuando ella estaba con él y él no necesitaba macharse para olvidarla. ©Juan Manuel Aragón          Leer más notas de Juan Manuel AragónTags

Juan Manuel Aragón