La danza de la lluvia en el camino que bajaba de Tinajeras

Por El Diario 24 — 17 de marzo de 2022 en Culturas
La danza de la lluvia en el camino que bajaba de Tinajeras

Cada vez que en el pago se largaba a llover mucho, una tormenta grande, los muchachos sabíamos que teníamos asegurada la fiesta y las proteínas, por supuesto. ¿Cómo dice? Le cuento, en esas ocasiones sabía venir mucha agua por el camino viejo de Tinajeras y se juntaba en lo que había sido una represa vieja. Antes de que parase la lluvia, los changos íbamos a esa gran laguna, en cuyos bordes se habían armado unas vizcacheras inmensas. Llevábamos palas para cavar zanjas y tirarles por la puerta. En ese entonces la vizcacha, una especie de rata gigante, no era solamente un majar de reyes, también era plaga nacional.

Casi todos de pantalones cortos y empapados hasta el upiti, movíamos las manos cavando con las palas a una velocidad fenomenal porque en cualquier momento se cortaba la lluvia y empezaría a bajar el agua. Después se oían unos sordos quejidos dentro de las cuevas, quizás los bichos buscaban, en esas intrincadas madrigueras, lugares más altos para escaparse de la inundación que les provocábamos. Hasta que empezaban a salir. Y ahí las estábamos esperando, cada uno con un palo en la mano. Salía un bicho, se le abalanzaban los perros y nosotros por detrás, dándole por la cabeza. ¿Quién era el dueño?, el que la mataba, es decir, el que pegaba al último.

Usted dirá que es una salvajada, que en estos tiempos iríamos todos presos, que el veganismo, que el consumo responsable, que pobres animalitos, que patatín, que patatán. Opine lo que quiera, no me importa. Había mucha hambre en el pago, la pobreza apretaba y no nos íbamos a quedar en la casa esperando a que un político cualquiera nos viniera a dar comida o nos quisiera entregar plata. Lo íbamos a sacar carpiendo, nosotros teníamos dos manos y con ellas en cualquier lugar del mundo hallaríamos trabajo, aunque sea acarreando ladrillos en una obra. Sí es cierto que cuando llegaban las elecciones e íbamos a votar al pueblo, nos acercábamos al comité o la unidad básica a que nos conviden empanadas. Pero era una gracia, porque siempre le hacíamos el gasto al que no habíamos votado y muchas veces terminábamos de comer en uno y después nos trasladábamos al otro, diga eran cuadreras, porque si llegaba haber un tercer partido, habríamos vuelto pupulos de tanto yantar. Ellos nos robaban durante 729 días, dos años menos un día, que era el que nosotros nos aprovechábamos de ellos. El trato era justo, ¿no cree? Después de muerta la vizcacha, había que cortarle la cola, se hacía de un solo tirón, con la mano nomás, porque si no le quedaba un olor fuerte y feo. En algunas casas las preparaban asadas, en otras hacían estofado, mi madre las convertía en maravillosos escabeches como no he vuelto a probar en la vida. ¿Si hago alguna consideración ética sobre la matanza de vizcachas, ahora que ha pasado tanto tiempo? La verdad que sí. Y es la siguiente, si no las matábamos para comerlas, pasaríamos más hambre, la opción era clarita: ellas o nosotros. Si tenían el tamaño de un elefante, al salir de la cueva nos almorzaban crudos. Si entiende, bien, si no, pecho.