Apunte sobre algunos rasgos de la tilinguería tucumana

Hay un grupo de tilingos en Tucumán—cada vez menos, Deo gratias— que ve a sus antepasados como ornamento de su apellido. Se ofende de mala manera cuando alguien busca el rostro humano de sus abuelitos. Para ellos, los ancestros sirven para ser un cuadro helado, sin vida, adornando el living. La historia no les sucedió a otros, sino a nosotros en el cuero de los abuelos, bisabuelos, y así hasta el principio de los tiempos. Si fuera ajena perderíamos el interés por estudiarla. No es aséptica, como saber la historia de Honshu, en Japón. Qué me importa si no vivo ahí y no voy nada en la parada, ¿entiende?
Los abuelos eran gente común y corriente. Un detalle de su vida, la foto de la primera comunión, de su casamiento, en una reunión familiar o cuando asumió como concejal, era un detalle ínfimo, un instante olvidable en su propia existencia. Salvo que hayan sido parecidos a sus nietas, no vivían para la foto. Pero hay en la sociedad actual, tilingas que siguen extrañando las notas ´sociales´ de antes, cuando se escribía: “Las amigas de Aurorita Terán Terán de Nougués Nougués Hill Colombres, la despidieron antes de marchar a Buenos Aires a hacer un curso sobre endogamia de las elites en las provincias”.
Por suerte es un grupo cortito de viejas en extinción. Tras el cuadro del bisabuelito que nunca se dio vuelta en la calle para mirar a otra mujer, (no, ¡qué horror!), esconden un resentimiento bruto contra quienes viven sin tantos tiquismiquis y escarban en el pasado de la familia buscando rasgos humanos de la parentela para ver si se parecen, y no la foto en la que posan para el cuadrito de la nieta, que lo supone un boludo insigne. Juan Manuel AragónLeer más notas de Juan Manuel Aragón Contactar a Juan Manuel AragónTags
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