Sentarse con desconocidos, vieja costumbre de los bandeños

En los bares populares del otro lado de la vía, en La Banda, Santiago del Estero, los parroquianos guardan una vieja costumbre: si usted está sentado solo, tomando un café, esposible que se le siente un desconocido avisándole: “Estoy esperando a los muchachos, seguí tranquilo nomás”. Hay grandes amistades nacidas de esta manera, una mañana cuando el bar estaba lleno y uno no quería esperar parado. A un costado de la vía, cerca de un lugar que ahora se llama pomposamente “Patinódromo”, hasta no hace muchos años, solían dejar sulkys y jardineras los paisanos de tierra adentro, quizás para no hacerle perder su aire campesino a esta otrora floreciente ciudad.
Pocos lo recuerdan ahora, pero gran parte de los productos de la tierra, salían de Santiago por la estación de tren de La Banda. Dicen que el ferrocarril llegó a tener cerca de 10 mil obreros, más que necesarios para llevar a Buenos Aires casi toda la cosecha de sandía, melón, alfalfa, tomate, cebolla y cientos de productos más. Entonces el pueblo se adecuó al vals que lo nombra, con sus casitas bajas, sus patios solariegos, veredas con malvones, fincas perfumadas, veredas arboladas. Había gente sencilla, sin vanos humos de soberbia superficial y yerma. No es el recuerdo nostálgico lo que vuelve a la memoria de aquel lugar hermoso, sino la realidad de nuevos aires que, con el pretexto de instalar la modernidad hicieron pedazo cuanto tocaron.
Dicen que, luego del loteo de la estación de trenes, alguien decidió llevarse el antiguo reloj a su casa. En un rincón, una funcionaria municipal había acomodado un primoroso museo al que destruyeron prolijamente, luego de expurgarle sus piezas más valiosas, para convertirlo en un depósito de cachivaches. Con pasión, método y eficacia, cortaron prolijamente los árboles de las calles céntricas para instalar una nube de atroces cables. Y se quedaron con el vacío orgullo que les instaló un aprovechador que los gobernó durante 26 años, destrozando todo a su paso, con prisa y sin pausa. De tal suerte que hoy los pequeños pueblos vecinos son brillantes si se los compara con La Banda: San Ramón es un delicado lugar, digno de ser visitado, Estación Simbolar y Clodomira se han modernizado gracias a que sus autoridades consiguieron mejoras que están a la vista y Vilmer todos los días recibe nuevos vecinos que se van a vivir ahí buscando la tranquilidad de su gente y el aseo de sus calles. Lo poco que queda de La Banda antigua está en el mercado Unión y en los bares aledaños, en los que, como se dijo, los desconocidos comparten mesa en el mientrastanto de las amistosas mañanas. Si las autoridades están atentas, uno de estos días también han de prohibir esas efusiones de cortesías con saudades de tiempos antiguos, sólo porque las grandes ciudades no las tienen. Juan Manuel AragónLeer más notas de Juan Manuel Aragón Contactar a Juan Manuel AragónTags
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