En las mesas del Jockey Club de Santiago se sentaba la CGU y nadie más

Cuando el Jockey Club de Santiago del Estero se democratizó y dejó sentarse a cualquiera en la vereda, los viejos socios lo abandonaron de inmediato. Ya no era el reducto en el que se sentaban solo ellos mirarse las caras y ventajarse La Nación, Clarín, La Prensa, para robarlo. Ahora cualquier pobre se ubicaba en sus sillas y capaz que estaba dos horas leyendo el diario sin devolverlo a sus legítimos dueños, caramba. Por muchos años anduvo bien el club, sus socios eran los dueños del Poder Judicial, de la obra pública y del Poder Legislativo. Invitaban a los gobernadores de la cena de gala del 9 de julio, para mostrarle cómo era codearse con lo más granado de la sociedad santiagueña. El hijo de uno de los concesionarios de la confitería, era el dueño de un ingenio de Tucumán y reconocido y envidiado playboy, dueño de millones de dólares.
La decadencia le llegó por el lado que menos imaginaban: los mozos. Alguno miró mal a la mujer de un conspicuo socio y lo pusieron de patitas en la calle. Les hizo juicio. Nada podía salir mal. Luego fue otro mozo que se dio con que nunca le habían hecho los aportes patronales para jubilarse y luego otro más. Para pagarles vendieron o les secuestraron el piano de cola, los cuadros firmados por autores santiagueños famosos, esculturas valuadas en millones, los sillones de cuero en los que habían puesto el culo los más grandes oligarcas de Santiago, aunque quienes afirman que los integrantes de una comisión directiva se llevaron todo a la casa.
Ninguno dijo de aportar un peso del bolsillo para pagar a quienes los sirvieron durante toda su vida de trabajo con un esmero de mayordomos ingleses. Capaz que se ofendieron porque a los diarios de Buenos Aires los abrochaban con unas inmensas maderas para que no se los robaran. Y, por suerte, entraron en una decadencia tal, que ninguno de los que antaño llevaban a sus amigos de otras partes, a conocer a la GCU (Gente Como Uno), de la provincia, ahora pone un pie en la vereda. La cocina es un nido de cucarachas tan grande que, quienes la conocen tampoco andan cerca, por miedo a contagiarse de algo. Fue parte de un Santiago en el que todos se conocían y siempre que alguno de los todos se mandaba una macana, tenía un pariente, un conocido, el amigo de un amigo que conocía a un cuñado de un juez, con el que todos los días tomaban café en el Jockey, para hacerlo zafar. Po ahí los nuevos tiempos son mejores, por ahí son peores, quién sabe. Lo único cierto es que da mucha tranquilidad caminar por el centro de Santiago sabiendo que el Jockey, como centro de un poder hijoputa, falaz y corrompido, se terminó para siempre.