Ponele que diga “ideología de género”

La última película de Disney, Lightyear -un spin-off de la ya clásica saga de Toy Story- generó cierto revuelo por las reacciones que suscitó la inclusión de un plano de un par de segundos en el que dos mujeres se besan. En algunos países la película no se pudo estrenar y, en otros, ciertas cadenas de cine la rotularon como contenido con “ideología de género”. La misma noción utilizan los detractores de la Ley de Educación Sexual Integral para argumentar en contra de su implementación.
Al respecto decía en el 2018 la entonces decana de la facultad de Filosofía y Letras, Graciela Morgade: "Para estos sectores, ya la idea de ideología en sí es negativa. La vinculan con la izquierda, el socialismo, el comunismo. Toman al feminismo como el nuevo comunismo y a la ideología como una manera de entender la realidad donde no se habla ya de la lucha de clases sino de la lucha entre los sexos. Lo que ellos quieren decir es que se habla de ideología de género para ocultar la realidad, que para ellos es que la naturaleza está compuesta por mujeres y varones. El orden natural es que hay mujeres y varones destinados a unirse en matrimonio para reproducir la especie, y que cualquier otro ejercicio de la sexualidad es pecaminoso". Es un lugar común en los sectores reaccionarios decir que todo lo que se desvía de la reproducción del canon imperante es ideología o adoctrinamiento. Bajo ese argumento, se estigmatiza todo planteo que ponga en crisis el status-quo o abra espacios para preguntarse por los pilares que lo sostienen.
En el fondo, está eso que señaló Morgade: una necesidad de afirmar que por un lado está la realidad, y por otra la ideología. De ahí se desprende que algunas ideas son portadoras de ideología, mientras que otras no. Las ideas que constituyen la realidad como un conjunto de normas estables, no serían ideológicas. Es una herramienta de auto defensa lógica y autómata de los sectores de poder alegar que todo lo que no alimenta su perpetuación en la zona de privilegios, es un peligro para la sociedad. Los actores dominantes hacen de su forma de ver el mundo, una forma hegemónica. Instalan la ilusión de que sus intereses son los intereses de la sociedad entera. Una operación metonímica: reemplazar la parte por el todo. Entonces, si en una ficción todas las familias son heteronormadas, no hay ideología. Pero si dos mujeres se besan, sí. “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” Me interesó la declaración de Graciela Morgade porque no duda en proponer a dialogar la tendencia de los sectores conservadores y reaccionarios con la cuestión de la realidad como construcción. Los feminismos se han vuelto un blanco obsesivo de estos sectores porque sus planteos evidencian las normas como constructos sociales e invitan a repensarlas en todo contexto. En este sentido, señalan las relaciones de poder y la necesidad de trastocarlas a través de la deconstrucción de nuestras prácticas. Si algo se puede deconstruir, es porque antes fue construido. Por eso hay quienes encienden sus alarmas ante cualquier acción que haga ingresar a la esfera de la formación de infancias otras formas de organizar la aproximación a la realidad. Las infancias han sido concebidas y construidas ellas mismas a lo largo de la historia según las cosmovisiones y necesidades de cada período. La cultura occidental suele señalar su propio origen en la Grecia antigua. De ese marco proviene la etimología de la palabra “infante”, que viene del verbo “for”: hablar, decir. Los infantes son, entonces, quienes no hablan, quienes no tienen voz dentro de la polis. El infante es el otro, el otro que aún no dice, el otro en potencia. Es en la modernidad que surge la infancia como sector que se estructura en torno a prácticas, necesidades y saberes. Pero las instituciones modernas que organizan la experiencia de las infancias no terminan de constituirlas como verdadero sujeto político, porque ¿qué es un sujeto político sin voz? ¿Qué lugar le ha otorgado la cultura occidental a la voz de lxs niñxs? ¿Qué nivel de participación trazan los modelos educativos hegemónicos? Detrás de la rabia ante el avance de las perspectivas de género, está el terror de enfrentarse a otros modos de educar, que no negocien con la posibilidad de ocultarle a las infancias pedazos de la realidad. ¿Qué sentido tiene educar a lxs niñxs haciendo de cuenta que las partes que no no nos gustan –que no nos convienen- de la realidad, no existen? ¿Cuál es y para quién es la ventaja? Advertir que una película infantil contiene “ideología de género” no es más que validar y defender el miedo de quienes sustentan su ideología en la permanencia de las reglas impuestas por un sistema a todas luces en crisis. Algo tan simple como beso entre dos mujeres en un mundo de ficción podría llegar a significar tener que argumentar por qué eso está ahí, explicar que eso existe y qué pensamos al respecto. Aceptar eso requeriría entender que educar es una tarea ardua en un sentido mucho más complejo que el que propone el sistema de disciplinamiento y sus operaciones de construcción de conocimiento. Requeriría una disposición a entender a lxs niñxs como interlocutores válidos, que pueden preguntar, contra-argumentar, reflexionar, sacar sus propias conclusiones. Y, al mismo tiempo, casi inevitablemente, asumir que sujetos en formación no son sólo lxs niñxs, sino más bien, todxs nosotrxs. Algo que a nuestra sociedad le cuesta mucho más de lo que tendemos a pensar ¿o acaso alguna película no orientada a un público infantil es vez catalogada hoy como contenido “con ideología de género”?